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Archive for the ‘Cuentos neuróticos’ Category

Doña Quimera se esmeraba en su labor de punto.
Uno del derecho, dos del revés y vuelta a empezar, llevaba
metros y metros de una labor que no parecía tomar forma
alguna y descansaba en el suelo, junto a sus pies.
Profesor X ―De modo que usted intenta tejer la felicidad pero
no tiene el modelo…
Dª.Quimera―El modelo no existe, soy yo la que lo crea en cada
momento, es como el camaleón que cambia de color según
la circunstancia.
PX―Pero algo debe de haber para que sea consistente
y tangible… Si no, no podríamos obtenerla…
.
DQ―Sólo yo soy tangible, y a través de mí se intuye su
existencia.
PX―Eso es un engaño, tú eres un engaño. Tejes y tejes
sin forma, nunca acabas de darle forma.
DQ―El hombre se conforma conmigo, en realidad yo soy
lo único que le interesa, pero él no lo sabe, o no se da cuenta.
Son pocos los que consiguen librarse de mí y atravesar la
línea.
PX―Entonces tú no eres buena, no eres real ni hay
nada certero en ti.
DQ―Yo soy lo más parecido que se puede tener. Yo hago
mi labor humanitaria, uno del derecho, un acierto, por cada
dos del revés, dos intentos fallidos. Y no, no soy real ni
tengo verdades, pero sí alivio pasajero… El que viene a mí
acaba descubriendo mi juego si es lo suficientemente listo.
Yo ofrezco un juego de éxito en la humanidad inconsciente,
y todo el mundo quiere jugarlo.
PX―¿Y los que descubren tu juego?
DQ―Ah, esos… Tienen dos caminos. Atravesar la línea
y llegar a conocer la auténtica felicidad, o caer al precipicio.Pocos van a buscar y eso es porque estoy yo para impedirlo.
Yo me sostengo con sus torpezas humanas, yo necesito de
la necedad para sobrevivir, necesito que todos jueguen mi
juego para subsistir…
(Fragmento del diálogo entre el profesor y doña Quimera, de El profesor X busca a Felicidad, Cuentos neuróticos)

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Prólogo

Quizás no sea una historia propia, o quizás resulte serla dentro de esta vorágine que es el mundo y sus constantes conexiones. Quizás deberíamos fijarnos en los puntos clave de las historias ajenas, esas que parecen estar a miles de años luz de las propias, esas que nos resultan extrañas e inconcebibles, porque no las consideramos como nuestras; pero hete aquí que un día, de repente, se contemplan con otra luz a través del cristal de la experiencia previa, esa que no suele trascender al mundo de las ideas si no es alumbrada por una chispa fugaz del entendimiento en un momento clave, y entonces se revela de golpe toda la intuición que yacía dormida en el poso del alma, haciéndonos considerar la vida como un gran pañuelo en el que todas las historias parecieran formar dibujos del mismo bordado y nada escapa a lo intrínsecamente humano, porque todo acaba siendo metáfora y resulta que, al final, la vida se vuelve una metáfora en sí misma y mi historia es la misma que la del romano que vivió hace miles de años. Así, una intrincada red se va tejiendo en torno a los seres humanos, una red en la que la época, el lugar, el tiempo en que se desarrollan no tienen valor, dejan de ser importantes per se, para dejar paso a lo universal y, revelándose unas en otras, perviven dándonos la clave de la existencia humana dentro del mundo.
Esta es mi reflexión sobre lo que les voy a narrar, esta es mi gran lección de vida que surgió de una de esas historias ajenas que ni siquiera fue historia y que se adherió a mi vida como un detonante para darle un tono diferente, un sentido distinto a mi supervivencia.

Valencia, 20 de mayo de 2060

Mi trabajo, en una empresa de reciclaje, consiste en separar y clasificar la basura. No es un trabajo que exija mucha concentración, es fácil, manual y tremendamente aburrido, pero sin embargo tiene su encanto. Ocasionalmente encuentro cosas buenas entre los desperdicios, sobre todo entre el papel, libros, revistas… Cosas que la sociedad deshecha como útil, y condena, sin piedad, al olvido. A veces veo mi trabajo como si fuera un salvador, la última oportunidad para todas esas cosas olvidadas y marginadas, despojos de una ciudad que aparta y condena lo inútil.

En cierta ocasión, muy temprano por la mañana, llegó un hombrecillo enjuto, de pelo blanco y serena mirada con unas cajas de cartón repletas de hojas de calendario. Provenían de la limpieza de no sé qué sitio extraño que no me quiso decir.
Desempaqué las hojas para organizarlas, algunas apenas se sostenían carcomidas por la humedad, y en otras podían leerse algunos fragmentos escritos de lo que parecía un diario inconexo. Todas ellas se remontaban varios años atrás y me invadió una morbosa curiosidad. Fue una labor de moros clasificar e intentar darle un sentido a aquellas hojas, todas mezcladas sin orden, y tuve que hacerlo a ratitos, en el trabajo. Cada día me fascinaba más y más aquella historia lejana, y todo el esfuerzo de rescatarla valió la pena. Ésta es la historia tal cual su autor la escribió.

 Cuentos neuróticos, Chiado editorial, 2015

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boulevard-du-palais, crepuscule. MarcelLebrun

«Empezaba a hacer frío y su paseo debía acabar. El sol se escondía en el horizonte dejando un suave letargo que iba cambiando de color según avanzaba la noche. Rojos, rosas, añiles y violetas pintaban el paisaje ante sus ojos; “estas nubes tan rojas y aborregadas anuncian viento, se decía, mañana vendrá el viento de poniente, seguro”. Recogió sus bártulos, los puso en el carrito y volvió a tomar el camino, rumbo a la ciudad, para buscar algún desheredado del mundo que pudiese ofrecerle un trago de su brick de vino y calmar un poco el frío. Cuando llega a la ciudad ya es prácticamente de noche y el parque parece desierto. Los vagabundos que se suelen quedar en él no están, seguramente habrán ido a otro sitio donde no pasen tanto frío, se dice.

Se acordó de que el Mangas le había dicho que ahora dormían bajo el puente del cauce viejo. Allí no hace tanto frío como en el parque, le dijo, se puede hacer hogueras, aunque la humedad y las ratas a veces molestan más que en el parque. Ella tenía que buscar también un buen rincón para pasar la noche, uno lo suficientemente resguardado de la intemperie. Lo forraría con los cartones que llevaba en el carrito y se  taparía con la manta raída que le habían regalado en el albergue. La noche anterior había dormido allí, pero hoy no podía hacerlo, no podía dormir más de dos noches seguidas.

La ciudad agoniza entre dos luces, repleta de gente que vuelve a su casa tras la jornada laboral; las cafeterías rebosan de clientela y los vendedores ambulantes de rosas y otros artilugios aprovechan para intentar sacarse unas monedas; en las aceras los comerciantes bajan las persianas de sus establecimientos con gesto de cansancio. Las luces comienzan a encenderse y la calle queda pronto iluminada por alegres guirnaldas de bombillas de colores que anuncian la pronta Navidad, pero para Blanca no serán fechas muy alegres.»

«La ventisca» (fragmento)

De mi libro «Cuentos neuróticos«, 2015, Chiado editorial

(pinchar enlace para adquirir)

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(…)El parque, tranquilo y silencioso, tenía un encanto especial. La fuente ya no derramaba su cascada habitual y las lívidas luces de las farolas apenas vislumbraban sus beldades, que se habían tornado grisáceas y fantasmales. El aire estaba tibiamente perfumado por las acacias, las verbenas, el jazmín, y algún dondiego de noche que salpicaba la distribución del jardín. Se acercó a su banco preferido, el que estaba situado frente a la fuente, en un recodo rodeado de setos, lejos del subparque infantil, lugar en el que se sentaba cuando iba con su mujer porque a ella le gustaba ver jugar a los niños. En cambio a él le molestaban los chillidos y llantos. En alguna rama, una lechuza ofrecía su canto a aquel apacible ambiente.

Iba pensando otra vez en ella y en todo lo que le debía por lo que había hecho de él sin casi ni saberlo, era algo que siempre le proporcionaba paz y a la vez lo agitaba, un sentimiento que se confundía entre la luz de la luna y las fragancias de las flores nocturnas. Y así es como lo decidió…

Reseña en el diario «Las Provincias»

reseña

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