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segóbrigaCuanto más indagamos en la concepción de la vida que asume el hombre de un país determinado, más nos vamos encontrando con los restos de culturas lejanas en el tiempo, pero muy presentes en la herencia ancestral que todos llevamos dentro, la cual es parte de ese inconsciente colectivo donde se nutre la experiencia propia y presente. El hombre va trasmitiendo, generación tras generación, unas pautas de comportamiento determinadas que, si bien pueden modificarse y mejorarse, tienen un fondo común dentro de un substrato que podría incluso ser genético.

A propósito de la mentalidad que conforma todo lo que es y ha sido el hombre español y su carácter, y escarbando en la historia a fin de comprobar esas raíces que subyacen dentro de nuestras actitudes, aún atendiendo a toda esa mezcla de razas y culturas que a lo largo de la historia han ido influyendo en él, creo que debemos dar prioridad a nuestro mayor legado cultural: el legado romano, que definitivamente fue el que más asentó las bases de la futura civilización que seríamos hoy.

Según el historiador griego Polibio, de refinada formación helenística, la explicación de por qué Roma alcanzó esa supremacía en toda Italia y expandió su dominio hasta el Oriente Mediterráneo, se debió, entre otras cosas, a un motivo puramente humano: al carácter, las costumbres y tradiciones de un pueblo, que le asegurarían su superioridad ante el resto con una fuerte identidad y estabilidad que permitían el progreso.

Dentro de esa sociedad romana el hombre se regía por una serie de creencias y valores muy arraigados que le permitían mantener una unidad virtual de identidad en el vasto territorio donde llegaron a dominar, y que se asentaban principalmente en determinados ideales (virtus) que se entreveran entre sí para conjugar un determinado modelo de vida: Un ideal de vida principalmente inspirado en la vida campesina, que exige unas pautas determinadas de conducta, como son la lealtad, laboriosidad, sobriedad, perseverancia, mantenimiento del orden y estabilidad de la propiedad, todas ellas cualidades que redundan en una mejor adaptación a esa vida, y con las que el ciudadano romano, pese a vivir en ambientes urbanos, siempre se identificaría e incluiría adaptándolas a su vida urbana.

No es casualidad que se denomine cultivo a la adquisición de ciertas cualidades intelectuales ya que es una palabra que proviene del latín “colere” que hace referencia al cultivo de la tierra y a la veneración de los dioses y por extensión al cultivo del espíritu que integra esos valores. Sus derivados, ya mas alejados de la raíz semántica lo confirman: culto, culteranismo o cultura y evidencia la enorme importancia que tenía la vida sencilla campesina en el mundo romano como estandarte del buen romano.

También aparece como elemento primordial en esa mentalidad un marcado carácter social. El romano se siente parte de una sociedad a la que se debe, empezando por la familia, donde se adopta el sentimiento de lealtad y compromiso, y acabando con el resto de los ciudadanos, patria y estado. De ahí el romano asume funciones sociales (humanitas) que se supeditan a unas jerarquías necesarias para la vida social, pero siempre manteniendo una individualidad intrínseca.

Otro de los grandes paradigmas del buen romano lo conforma el dominio de sí mismo, entendido como una actitud pragmática ante la vida con el fin de un mejor cumplimiento de sus obligaciones dentro de la familia y dentro de una sociedad. El autocontrol y la contención de las pasiones son considerados primordiales para conseguir la armonía ideal acorde con la naturaleza.

Representativo de esta idea es, por ejemplo, el filósofo Séneca y su estoicismo, el cual fundamenta la felicidad verdadera en el interior del individuo y en su cultivo a través del dominio de sí mismo para llegar a una armonía interior que permitiría al hombre ser sabio:

La vida feliz es, por tanto, la que está conforme con su naturaleza; lo cual no puede suceder más que si, primero, el alma está sana y en constante posesión de su salud; en segundo lugar, si es enérgica y ardiente, magnánima y paciente, adaptable a las circunstancias, cuidadosa sin angustia de su cuerpo y de lo que le pertenece, atenta a las demás cosas que sirven para la vida, sin admirarse de ninguna; si usa de los dones de la fortuna, sin ser esclava de ellos. Comprendes, aunque no lo añadiera, que de ello nace una constante tranquilidad y libertad, una vez alejadas las cosas que nos irritan o nos aterran; pues en lugar de los placeres y de esos goces mezquinos y frágiles, dañosos aún en el mismo desorden, nos viene una gran alegría inquebrantable y constante, y al mismo tiempo la paz y la armonía del alma, y la magnanimidad con la dulzura; pues toda ferocidad procede de debilidad.

Sobre la felicidad (Séneca)

Efectivamente, si atendemos a las grandes figuras literarias de la época vemos cómo avalan esta forma de entender la vida, muchas veces a través de evocaciones de los grandes hombres de la tradición antigua para instruir a las gentes. Un ejemplo sería el retrato de Catón el Censor hecho por Nepote:

Desplegó una actividad sin igual en todas las facetas de la vida: fue un hábil labrador, político experimentado, un profundo conocedor del derecho, un gran general, un orador encomiable y aficionadísimo a la literatura. Entregado, aunque ya en su vejez, al estudio de las letras, progresó en él tanto, que difícilmente podía encontrarse nada, referente bien a Grecia o a Roma, que él ignorara. Ya desde su juventud escribió discursos. En su vejez se dedicó a escribir historia de los reyes de Roma, el segundo y el tercero el origen de todos los pueblos itálicos: de ahí parece que designó a su obra con el nombre de Orígenes. En el cuarto trata de la primera guerra púnica y en el quinto de la segunda. Todo se narra de una manera sucinta. El resto de las guerras las historió de igual modo hasta los tiempos de la pretura de Servio Galba, que fue el que saqueó la Lusitania, pero en todas estas guerras se abstuvo de dar los nombres de los generales, sino que narró los hechos sin dar nombre alguno. En estos mismos libros de sus historias contó cuanto sucedió y cuanto creyó digno de admiración tanto en Italia como en España; demostró en toda su obra una gran capacidad de trabajo y gran esmero, pero no una gran cultura.

(Vidas, 24.3) Antología de la literatura latina

A poco que nos fijemos podemos descubrir que aún hoy, y pese a los tiempos modernos que muchas veces diluyen o disfrazan los valores en sucedáneos inconsistentes, permanecen indelebles algunas de esas características romanas enraizadas en nuestro sentir, sobre todo en aquellos lugares en donde la impulsiva impronta árabe u otra apenas dejaron huella, permaneciendo casi intacta la sobria huella romana, como es el caso del sentir castellano, por ejemplo. También podemos comprobar que en la América latina aún sobrevive mucho de este ideal romano, con más pureza, quizás, que en la Península; seguramente debido a unas circunstancias de vida que han propiciado que así sea, y que, al fin y al cabo, va a ser el rasgo intrínseco que nos hermane a todos los latinos.

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